Manos de mujer tejen los sombreros de saó

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Desde muy jóvenes, los niños de la zona ven a sus mayores elaborar objetos de palma. Por ello, cuando llega la hora de que les enseñen a hacerlo, les resulta sencillo adquirir la destreza necesaria para este arte.

DSC_0086Tundi es una de las comunidades cruceñas donde producen artesanías de hoja de palmera como medio de sustento.


Fotos y texto: Gemma Candela

Para saltar en el Carnaval, por haberse vestido con el traje tradicional camba o simplemente porque hacía mucho sol, ¿quién no ha usado alguna vez el sombrero de saó? Es parte de la identidad cruceña y de todo el oriente boliviano. Es algo tan cotidiano que al tenerlo sobre la cabeza pocos se habrán preguntado: ¿de dónde viene, quién y cómo lo hace?

Las tiendas del centro de Santa Cruz y algunas ferias de productos típicos son el lugar donde se vende esta artesanía; a veces, son las propias tejedoras las que los ofrecen a los compradores: son, en su mayoría, mujeres que viven a media hora de la ciudad, en el distrito 14, antes cantón Paurito. Toda esta zona es, por tradición, tierra de artesanos del sao. Una de las comunidades donde también se teje es Tundi.

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Las mujeres son la base y el rostro de las artesanías hechas con hoja de palmera. Hace poco estrenaron la sede de su asociación en Tundi.
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Tejer requiere una gran concentración: cada tira de sao tiene su lugar. Por eso, aunque se junten para hacer artesanías, buena parte del tiempo las artesanas permanecen calladas, atentas a sus manos.

Para llegar a Tundi hay que tomar un trufi a una cuadra de la rotonda del Plan 3000. Este tipo de transporte sale con frecuencia hacia las zonas que hay más allá del vertedero de Normandía: por tradición son comunidades, pero son como barrios rurales de Santa Cruz. Pese a ello, si no se avisa a quien maneja el auto, éste pasa de largo y toca bajarse en la carretera para, por encamino de tierra y con el potente sol en la espalda, entrar hasta Tundi, donde buena parte de las casas están construidas al estilo tradicional con techo de paja.

Una de estas viviendas es la de Julia García, la presidenta de la cooperativa Saotu: “Nos llamamos así porque somos de Tundi y somos tejedoras de saó”, explica resguardada del sol bajo el techo de motacú de la sede de la cooperativa. El lugar de reunión de las cooperativistas está en el patio de su casa: es un pahuichi sin paredes del que cuelgan los diversos artículos que tejen: sombreros (¡cómo no!) de diferentes tipos y acabados; urupés o cernidores de arroz; venteadores; panacús, los cestos que acompañan los trajes típicos cruceños; fundas para botellas y hasta trajes para muñecas.

Julia, que ya es abuela, teje desde los 14 años. Aprendió de otras mujeres de la comunidad pero su mejor maestro fue su marido, Luis Campos: “Él es más fino tejiendo”, asegura la esposa. De niño se crió con su abuela, quien le transfirió este saber cuando él tenía 7 años. Entonces empezó a hacer sombreros para ayudar a la economía familiar. Aún hoy, cuando no le salen trabajos de lo suyo (es plomero) se sienta a entrelazar hojas de palmera.

Y el caso de Luis no es el único. Aunque las asociadas son 36 mujeres, reconocen que los hombres también saben tejer y se les da bien, aunque más de uno prefiera no alardear de ello. Aquí la mayoría son agricultores y, cuando el clima no permite salir a faenar, se sientan junto a las esposas, madres y abuelas y todos juntos hacen las artesanías.

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Quien no sabe tejer (hay casos) ayuda en lo que puede: esta mujer echa una mano recortando la palma que sobra.

Todas tienen cosas que hacer en casa: la mayoría cuida de los niños y se encarga de las tareas domésticas. Es por eso, y porque tejer es moroso, que su ritmo de producción no suele ser elevado: de tres sombreros por día. Cuando reciben la visita de una parienta o se reúnen varias mujeres, aprovechan para entrelazar saó y dar forma a los productos típicos.

Las piezas para cubrir la cabeza del sol son las más demandadas. Algunas llevan entrelazadas tiras de color verde o rosa que las mismas artesanas tiñen en ollas en sus casas. Luego las venden en el mercado Los Pozos y en las ferias que se realizan periódicamente en la Manzana Uno y en el Parque Urbano. Estas artesanías, que cuestan entre Bs25 y Bs30, son las más vendidas junto con los panacús y urupés, que compran sobretodo los dueños de tiendas de ropa tradicional. Los sombreros no sólo los venden en la ciudad: a veces, asegura Julia, lo usan como trueque en el pueblo. Si necesita comprar pan y no cuenta con dinero en ese momento, paga al vendedor con una pieza de saó.

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La veterana de Tundi, Alcira Gutiérrez, sigue teniendo soltura y ganas de tejer, aunque lleva casi 60 años haciéndolo.

DSC_0017La veterana de Tundi es Alcira Gutiérrez: “Me enseñaron a los 18 años. Y ahora tengo 15”, dice aguantando la sonrisa esta mujer de 76. Y, después de tanto tiempo, reconoce no sólo que lo sigue haciendo, sino que nunca lo ha aborrecido y que le gusta. Para reforzar sus palabras agarra unos montoncitos de saó y, con la delicadeza de sus manos experimentas con manicura, empieza un sombrero. “El comienzo es lo más difícil”.

A ella le enseñó una señora de Paurito, “que sigue viva”, apunta; y luego Alcira ha enseñado a varias. También fue una oriunda de la capital del excantón la que capacitó a las tejedoras de Saotu.

Las mujeres de Tundi llevan décadas tejiendo, pero hace dos años empezaron a capacitarse gracias al proyecto de lucha contra la explotación infantil Ñaupaqman Puriy-Kereimba Ch’iki Wawita de la Fundación DYA (Desarrollo y Autogestión Bolivia). Ésta fue la que acudió a la Fundación CRE (Cooperativa Rural de Electrificación), que se ha encargado de la formación de las señoras. El objetivo es que mejore la vida de las familias y que se avance hacia la equidad de género gracias al desarrollo de la microempresa Saotu.

“No hay escuela”, explica sobre el arte de tejer sao el gerente de la Fundación CRE, Napoleón Gómez. “Hay que recuperar todo esto antes de que se pierda el conocimiento”. Las propias tejedoras eligieron a su profesora, Rosa Gutiérrez, vecina de Paurito, donde hacen el sombrero de saó más grande del mundo.

Durante dos meses las integrantes de la cooperativa emplearon religiosamente todos los sábados en aprender de la profesora. Luego ampliaron su campo de posibilidades aprendiendo a bordar chinelas y hacer bisutería y objetos de goma eva (como muñecas que luego visten con ropa de sao). Además la CRE les está asesorando para que obtengan la personería jurídica; las tejedoras, como contraparte, pagan los gastos menores de la gestión. De momento, de las 36 mujeres sólo 25 han presentado los requisitos para ser cooperativistas.

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Para tejer un sombrero hay que saber en qué momento y de qué forma enganchar nuevas tiras de sao. Paciencia y manos con gracia son necesarias para dedicarse a esto.

“Queremos capacitarnos en más cosas. Todas tenemos nuestros hijos”, dice Julia en nombre de todas. “Yo los he criado a puro tejer”. Y eso que, hace unos años, las artesanías se vendían más baratas: llegó a cambiar una docena de sombreros por un saco de arroz. Ahora mira los productos que han salido de las manos de todas ellas: tienen enganchada una tarjeta con la marca Saotu. Tras 11 años como presidenta de la asociación de mujeres ve cuánto han avanzado y no puede evitar emocionarse porque pronto tendrán la personería jurídica.

Hay un dicho que es “coser y cantar” que se usa para referirse a una tarea sencilla; después de ver el trabajo minucioso de estas mujeres, no queda otra que desechar esa frase y empezar a darle más valor a esa pieza típica de esta parte del mundo que hasta tiene un taquirari con letra de Pedro Shimose: “A esa pelada yo le regalaré / para su santo un sombrero de saó / pa que se tape y me tape a mí también / cuando yo la bese debajo el Ocoró”.

Saotu, el área del saó

Las tiras de saó que usan las tejedoras vienen del Área Protegida Municipal Reserva de Vida Silvestre Palmera de Sao, ubicada en el Municipio de Cabezas (Provincia Cordillera), a unos 30 km de Paurito. Fue creada el 25 de octubre de 2005 mediante la Orden Municipal N° 018/2005. Tiene casi 760 hectáreas y en ella viven 258 especies de aves. Tiene un sendero de interpretación y un observatorio de pájaros.

De esta área se obtiene la materia prima de las artesanías pero, también, es un lugar para conservar la palmera. Es por eso que los saoseros (los que recogen las hojas de palma) entran al lugar en carros de caballos y no con motorizados. Luego, las mujeres de Tundi compran el sao en manojos: el pequeño, con tiras más cortas, cuesta Bs2 y, el grande, Bs4.

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La presidenta de Saotu, Julia García, muestra orgullosa el trabajo que realizan ella y sus compañeras, como el traje de la reina de los festejos de la comunidad.

Apoya a estas mujeres y compra sus artesanías. Contactos : (591) 7535-9456 / (591) 6875-6007 Julia García


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