Thursday, October 10, 2024
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Circuito de la Vertiente, un recorrido para admirar el mágico Cañón del Bala

No podía ser más inolvidable. Paredes rocosas de hasta 15 metros de altura, alfombradas de un verdor intenso; agua refrescante que llega hasta la cintura; murciélagos que vuelan por encima de las cabezas y una terapia contra la aracnofobia.

San Miguel del Bala es una tierra bendecida. Perteneciente al municipio de San Buenaventura, —al norte de La Paz—, su territorio alberga una biodiversidad amplia, con paisajes oníricos y el pueblo indígena tacana como su defensor perpetuo. Una de sus representantes es Ruth Cartagena, profesional del turismo que lidera a un grupo de jóvenes que se animó a recorrer el Circuito de la Vertiente.

En tiempos precolombinos, los tacanas resistieron incursiones incaicas para mantener su cultura y su dialecto intactos. De hecho, de esa lengua provienen los principales nombres en la región, como por ejemplo: Rurrenabaque (Beni). Ruth nos lo explicará después.

“Mis padres me han enseñado lo que es la naturaleza, diferentes tipos de plantas y árboles que son de utilidad, porque nosotros, los indígenas, les damos valor”, comenta Ruth en la plaza 2 de Febrero (Rurrenabaque), donde empieza la aventura amazónica.

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La caminata comienza con La Vertiente, la primera película sonora en Bolivia, que se estrenó en 1958, dirigida por Jorge Ruiz. La cinta —mezcla de ficción y documental— gira en torno a la falta de agua potable en la población rurrenabaqueña y la lucha conjunta entre todos para conseguir el recurso.

Sesenta y tres años después, en noviembre pasado, jóvenes procedentes de varias regiones del país se reunieron en la Plaza de Armas para vivir un poco de aquel filme, pues la primera parada de la incursión está en una de las esquinas, en la primera pileta con la que se benefició el pueblo.

Aunque es muy antigua, parece haber sido instalada hace un par de años. Si bien ahora no tiene grifo, se mantiene incólume, como símbolo de la unión y progreso para los habitantes del pueblo que yace en las orillas del río Beni.

De a poco, la calle deja el adoquín para caminar por una vía de tierra y angosta, donde la vegetación espesa se muestra como custodia de la riqueza natural. Al final, una tienda con terraza convertida en mirador y un cartel de dos metros de alto que cuenta un resumen de cómo los pobladores consiguieron agua potable.

La ruta cuenta con senderos señalizados e infraestructura para cuidar la seguridad de los visitantes.

“Así, a primeras horas de la mañana del 1 de mayo de 1956, en el arroyo, atrás del convento Redentorista (hoy calle Sucre esquina calle Abaroa), se concentran más de 50 hombres y mujeres, con machete en mano, hacha y la infaltable chicha de maíz, guiñapo de yuca y su tapecúa o tapeque para dar inicio a lo que más tarde sería el segundo hito de la zona Sur: dotar de agua corriente a nuestra querida comunidad porteña”, dice parte del Portal histórico e informativo de la captación de agua de El Chorro o La Vertiente.

“Más bien que ahora podemos caminar tranquilos, porque en la película La Vertiente se observa cómo han sufrido. Hubo accidentes  y muertes  para que esta agua pueda llegar hasta el pueblo”, comenta Ruth antes de detenerse ante un árbol que tiene hojas con propiedades medicinales.

Naturaleza en su esplendor

Ruth Cartagena explica el origen del cañón y la importancia de su conservación.

Después de unos minutos de caminata por el sendero de tierra, los visitantes se encuentran dentro de la Reserva de la Biosfera y Tierra Comunitaria de Origen Pilón Lajas. En una curva, la guía se detiene y señala el horizonte donde dos cerros amplios dan paso al río Beni.

Como casi todos los lugares de esta región, el nombre Rurrenabaque proviene del tacana, de las palabras Susse (pato), Ena (río), Baque (barranco), algo así como el barranco del río donde viven los patos.

Como ocurre cuando se visita la Amazonia boliviana, no podía faltar la unión de la gente. En este caso, gracias al apoyo de la oenegé Practical Action, se reunió a jóvenes representantes de Rurrenabaque, San Buenaventura, Ixiamas, Reyes, Santa Rosa, La Paz, Santa Cruz, Cochabamba y Toro Toro (Potosí), para encontrar alternativas turísticas en la región.

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La caminata prosigue de manera paralela a los tubos de plástico que llevan agua a la población de Rurrenabaque, en un camino con alguna cueva, pinturas rupestres y con un Puente de los Enamorados, donde las parejas anotan sus nombres como muestra de compromiso.

Ruth se detiene en una orilla del río Beni, adonde llega una barcaza que llevará a la delegación al Cañón del Bala. “Hay unos animalitos pequeñitos que van a ir descubriendo”, adelanta Peter Huari, responsable de Turismo de San Buenaventura y también guía en las Pampas del Yacuma.

Después de 10 minutos de ascenso por la corriente del río, la embarcación se detiene en una ribera tranquila, donde parece que todo está quieto. Incluso el tiempo. Hay que subir otra senda, no tan larga como la primera parte, hasta llegar a un arroyo, donde dos bloques inmensos de roca —pintados con el verde intenso de los musgos— aparecen como compuerta para el principal atractivo del Circuito de la Vertiente.

El contacto con la naturaleza brinda una experiencia única en este destino amazónico.

“El mejor aliado ha sido la naturaleza, porque todos los cerros que están alrededor son barreras naturales. Si no fuera esto, la minería, la tala y la caza estarían acá, ya que no respetan la declaración de parque nacional”, comenta Peter.

El guía se refiere a toda esta área, además del Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado Madidi, la zona más biodiversa del mundo, con más de 8.000 especies de plantas y animales, en una extensión de 1.880.996 hectáreas.

Antes de ingresar al cañón de 150 metros de longitud, el experto brinda las principales recomendaciones: ante todo, respetar la naturaleza y tomar en cuenta que somos visitantes; llevar ropa cómoda y ligera, “y disfruten lo más que puedan”. Pero falta lo más importante: “Fíjense dónde van a apoyar la mano”.

La senda empieza por un pequeño arroyo entre dos bloques de, aproximadamente, 15 metros de alto, en un sendero serpenteando que el agua abrió durante millones de años.

En contacto con la biodiversidad

Donde se pose la mirada se observa un ser vivo. Desde pequeños insectos hasta impresionantes aves propias de la zona.

Graham Zambrana es abogado paceño de la Plataforma Boliviana de Acción por el Cambio Climático. Es la primera vez que se encuentra en esta parte de la Amazonia y es aracnofóbico, es decir que siente pavor a los arácnidos.

Su suerte está echada. A los pocos metros de ingresar al Cañón del Bala hay que atravesar una poza que llega a la cintura, donde es necesario apoyarse en las paredes. Justo ahí descansan tres arañas del tamaño de la mano de un adulto.

Algunos no pueden retener el grito de susto o de asombro, mientras que otros ríen nerviosos. A ello, el guía aclara que estos seres como otros que habitan este lugar, son inofensivos.

Hay que pasar por encima de troncos, subir algunas rocas y avanzar con la espalda apoyada en una de las paredes, mientras que los pies se apoyan en el otro extremo. Por la admiración de la naturaleza, ninguno se percata del tiempo ni del espacio recorridos.

Para hacer inolvidable, unos murciélagos vuelan por encima de las cabezas y se refugian en los rincones para volver a descansar. Da lo mismo mirar arriba, al frente o abajo, porque hay mucho por descubrir, como un ciempiés, colibríes, un cangrejo y telarañas.

Aunque no se quiera, el tiempo y la distancia no se detienen, así que después de unos minutos y 170 metros recorridos, los visitantes descansan al final del cañón, donde vuelve a correr un arroyo apacible.

Jóvenes de distintas comunidades de Bolivia explotan el potencial del turismo sostenible como alternativa para la reactivación turística de sus pueblos.

Mientras Peter explica las características de este lugar, no puede evitar sentir la picadura de una pequeña hormiga negra, que se mueve rápida por encima de los pies del guía. “¡Oye, qué te pasa!”, pregunta al insecto que muerde con fuerza.

“Este lugar se iba a llamar Kakia Waka (voz tacana que significa Cerro Sagrado), pero los pobladores se dieron cuenta que en todo este sector estaban estas hormigas, llamadas madidi (hormiga)”, así es que decidieron bautizar todo este sector con el nombre de estos insectos.

El retorno permite repetir el asombro de la naturaleza mágica que bendice al Cañón del Bala, que resguarda a innumerables animales. Graham, ¿sigues teniendo miedo a las arañas? “Ya no tanto después de esta experiencia, porque vi arañas de todos los tamaños y especies”, responde el abogado que curó su aracnofobia y espera que no le pique algún madidi.

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