Portón, una comunidad de Roboré, es fruto de la llegada del ferrocarril al oriente boliviano. Conformada por pocas familias, hoy en día se proyecta como un nuevo destino de turismo de aventura.
Pocos saben, sin embargo, que estuvo a punto de desaparecer después de una intensa lluvia, que acabó con la vida de 17 personas, y dejó a muchas otras sin un lugar dónde vivir.
Texto y fotos: Rocío Lloret Céspedes
Aquel día reventaron las piedras de los cerros. Aquellas macizas rocas, que parecían guardianes de acero, se volvieron frágiles retazos que comenzaron a caer como si estuvieran hechas de arena. Aquel día nadie supo que Portón estaba desapareciendo.
Fueron varios días de lluvia intensa. Lluvias tropicales que cayeron sin cesar desde diciembre de 1978, y que solo daban tregua uno que otro día. Pero ese jueves 18 de enero del 79, cuando don Tito Ribera contraía matrimonio, nadie imaginó que se venía una tragedia. Pasada la medianoche, ya iniciando el viernes, se escucharon unos estruendos, como si les hubiesen puesto dinamitas a los cerros. Eran las piedras que, ante tanta acumulación de humedad, empezaron a explotar y a correr con el agua convertida en río. A su paso el caudal llevaba ramas, palos, piedras y todo lo que encontraba. Diecisiete personas, entre niños y adultos, perdieron la vida. Quienes se salvaron, quedaron con la ropa que traían en el cuerpo y la desazón de haberlo perdido todo.
En ese momento, una mujer agarró a sus cuatro hijas y las tomó de la mano: “que sea lo que Dios quiera”, les dijo y todas cerraron los ojos. Cuando despertaron, se dieron cuenta que el río solo había golpeado su casa.
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El auxilio
Portón está a cuatro kilómetros de la hoy carretera Bioceánica que conecta a Bolivia con Brasil; a 45 kilómetros de Roboré, la capital del municipio, y a 370 de Santa Cruz de la Sierra. En aquella época solo se podía salir a pie. Al ver el panorama de desolación, porque nadie sabía de la tragedia que había ocurrido, un ayoreo llamado Cirilo Méndez decidió caminar hacia el sitio poblado más cercano. Tenaz como pocos, el hombre llegó y dijo: “Portón está desapareciendo.
Solo así se supo lo que estaba pasando, ya que en San José de Chiquitos, el municipio aledaño a Roboré, el sol arreciaba y no había caído ni una gota de lluvia. “Parecía que solo aquí se concentró el agua”, recuerda Ronny Zambrana Pocubé, quien recogió la historia de boca de sus padres y sus abuelos.
Con la voz de alerta, dos helicópteros –uno de Brasil y otro de Bolivia- intentaron aterrizar en la tierra portoneña. Después de varios intentos y de aguardar que bajara la niebla, lograron sacar a la gente. “Cuando los vieron llegar a San José, era como en esas películas de la Segunda Guerra Mundial, donde se veía a los judíos en vagones. La gente estaba sucia, con barro y sin zapatos”.
Los afectados fueron llevados al colegio Marista en la capital josesana. Allí los atendieron y allí también nació el barrio 13 de Mayo, que acaba de celebrar 40 años después del desastre de Portón. Allí nacieron Ronny y sus hermanos, allí se criaron, pero siempre supieron que su lugar de origen era otro.
El presente
Portón es hoy una Tierra Comunitaria de Origen (TCO) liderada por un cacique. Aquí hay siete familias; otras cuatro están en la carretera Bioceánica, pero pertenecen a este sitio; dos familias se encuentran en Chochís, y se aprestan a irse a vivir allí, y unas cuantas más que están en similar situación, en San José y Santa Cruz de la Sierra.
Luego de una lucha intensa, impulsada por Zambrana como dirigente, se logró que después de doce años se habilite la escuelita y el lugar se proyecta como un nuevo destino de turismo aventura donde se puede practicar escalada en roca y rappel.
Todo esto, sin embargo, es reciente, ya que después del desastre de 1979, el lugar quedó prácticamente desierto. De aquel campamento que se convirtió en pueblo, allá por 1946, solo están en pie dos vetustas casas deshabitadas, como testigos mudos de la funesta madrugada del 19 de enero. En una de ellas vivía el jefe de estación de trenes, un ingeniero brasileño que se marchó quién sabe cuándo.
Por ahora lo que sobra son las ganas de trabajar, de aportar para que este lugar se convierta en un nuevo centro de referencia de Roboré, para que genere recursos y así muchos de los hijos y nietos de los primeros habitantes vuelvan. De cierto modo, Zambrana ha impulsado aquello con la persistencia de que las autoridades los escuchen.
“El 2016 cuando yo llegué, dije que había que hacer algo. Tenía 35 años y una familia formada. Mi esposa también es de acá y ella decidió apoyarme. Enfrenté procesos, pero finalmente logramos tener luz, agua y hacer que esa reja blanca que está en la entrada se abra”, cuenta. La puerta a la que hace alusión fue puesta por una persona que quiso impedir el ingreso de la gente hacia la comunidad. Luego de una pelea legal, se estableció que Portón es una TCO y, por tanto, solo el Estado puede expropiar las tierras, de verlo conveniente.
Los recuerdos
Es un sábado de junio en Roboré. Hoy la comunidad luce apacible, con algunas casas dispersas y un espacio abierto debajo de un tinglado para realizar asambleas. A pocos metros y atravesando dos cerros, está la vía férrea, aquella que empezó a hacerse en 1946 y tardó diez años en ser abierta, porque había que dinamitar dos cerros de roca maciza.
En este lugar donde se respira un aire puro y el calor sofoca pese a que el invierno anuncia su llegada, la gente es tranquila y apacible. Cuentan que después de la tragedia del 79, muchos creyeron que había caído una maldición, porque el pueblo tardó años en volver a levantarse.
De hecho, la gente regresó recién tres años después, solo a ver cómo habían quedado sus casas. Luego se marcharon, ya nada quedaba del campamento que formaron los brasileños que llegaron a construir el ferrocarril; ese gran proyecto para unir Bolivia y el país vecino, impulsado en la presidencia de Germán Busch Becerra (1937-1939), y ejecutado durante mandatos posteriores.
Lo que sí, cualquier indicio de “maldición” queda descartado luego de ver Portón desde las alturas, en una planicie a la que se llega luego de una caminata de 20 minutos cuesta arriba. Desde allí, el inmenso bosque chiquitano luce su esplendor, su riqueza y su potencial. Desde allí se puede tocar el cielo.
Portón fue uno de los destinos que recorrió la V Caravana “Conociendo nuestra área protegida, Tucabaca”.
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