Por Rocío Lloret / La Región Santa Cruz
¿Qué lleva a un exitoso empresario a cambiar el negocio en la madera para sacar un crédito bancario y quedarse a atender un hotel que está enclavado en una colina? Pablo Antelo Gil dice que varios factores, pero tal vez el más importante: la tranquilidad. Hace tres años y medio, en 2014, él y su familia decidieron adquirir El Pueblito, un resort que se encuentra en Samaipata, a 120 kilómetros al sudoeste de Santa Cruz de la Sierra. Desde entonces, a él le cuesta cada vez más dejar este lugar y volver al caos que representa vivir en una metrópoli.
Esa paz de la que habla Antelo –delgado y de gran estatura, cabellos blancos y frente muy amplia– es la que precisamente buscan miles de visitantes que llegan a los valles mesotérmicos orientales de Bolivia los fines de semana, días festivos e incluso laborables. Solo en 2016 se estima que arribaron 56.073 personas, según datos del Centro de Investigaciones Arqueológicas de Samaipata (CIAS). Los otros atractivos tienen que ver con sitios cercanos para hacer caminatas, como El Fuerte o la piedra tallada más grande del mundo, el cerro de los cóndores o la Pajcha. También, un clima ideal para disfrutar del calor sin que este sea sofocante y, desde hace algunos años, la oportunidad de tomarse una copa de vino propio de la región, en medio de la naturaleza.
Aquella bebida del dios romano Baco, asociada al placer de saborear un elixir que antiguamente solo se disfrutaba en fiestas y era casi una exclusividad de los reyes, es la nueva apuesta de Samaipata, un terreno ideal para la producción de uva, por su altura y temperatura ambiente, según enólogos de dos viñedos del sitio.
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Desde la terraza de la bodega Landsuá (por Landívar-Suárez, apellidos de los propietarios), sus pequeños viñedos cultivados en 25 hectáreas parecen soldaditos muy bien formados. Situada en la subida a El Fuerte de Samaipata, hacia el horizonte hay un extenso bosque rodeado de serranías y cóndores que sobrevuelan de tanto en tanto en un cielo poco nuboso de verano. Cuentan que al atardecer, cuando las bandadas de aves se marchan a su refugio y el sol empieza a decaer, tomarse una o dos copas de vino en este lugar es una experiencia única. ¿El costo? Cincuenta bolivianos, con derecho a una visita guiada por los cultivos, la bodega, la cava y la cata de dos productos.
La actividad comercial de esta firma comenzó en noviembre del año pasado; el emprendimiento familiar como tal, empezó a forjarse en 2011. La de este año es la tercera vendimia o tiempo en el que se recoge el fruto. Actualmente hay 12 cepas diferentes, entre blancas y tintas, de las cuales se extrae vinos varietales (hechos con una misma variedad) y blends (elaborados con dos o más cepas). Tiene una capacidad de procesar 350 mil litros de vino, por lo cual solo en 2017 se elaboraron 40 mil. De allí salen, por el momento, siete variedades, de las vendimias 2016 y 2017, en las líneas Parras del Fuerte (varietales) y Castilla (blend). Para abril se tiene previsto sacar a la venta una línea de reserva, que significa que son bebidas envejecidas.
Diamela Fredez es una de las dos personas especialistas en enología de Landsuá. Su trabajo, junto al de Sebastián Parra, consiste en controlar la poda del viñedo, determinar en qué momento es bueno hacer la cosecha luego de un estudio en el laboratorio, pesar la vid que entregan los cosechadores, molerla, trasladarla a los tanques, controlar la fermentación, el azúcar, la temperatura y luego decidir qué camino seguirá el vino: si va a embotellarse joven o se dejará en reserva. Finalmente, los expertos también se encargan de ventas y de llevar a los visitantes a hacer un recorrido por el lugar.
Ambos son argentinos, de Mendoza, considerada una de las capitales mundiales del vino. En ese país, la carrera de enología dura cinco años para obtener el título de licenciatura. Fredez se graduó hace poco y en enero llegó a Samaipata, donde vive “tranquila y contenta”. Por sus conocimientos, ve mucho potencial en los vinos Tannat, “que se están vendiendo bien” y en un blend que se creó de las mezclas de uvas barbera y cariñena.
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Para muchos, tomar vino es un arte. Por ello se estudia para aprender a evaluar la calidad. Juan Antonio Gutiérrez, por ejemplo, es un sumeller (se pronuncia somelier) cruceño que se capacitó en universidades argentinas. Su trabajo consiste en catar las bebidas, pero también en enseñar a los mozos cómo servirlas y cómo conservarlas, “porque de nada sirve que se elabore el mejor vino si no se lo sabe almacenar”. Actualmente está en la bodega Uvairenda, porque quiere conocer el proceso de elaboración y entender cómo se obtiene determinado sabor.
Aunque existen consejos para el maridaje de cada licor con su respectiva comida, hoy en día no se siguen reglas estrictas. La idea más bien es experimentar sabores, de acuerdo al paladar. Quien probó un Torrontés (vino blanco) con chocolate dice que es una gran experiencia, por ejemplo.
“Si hablamos de Bolivia, una pasta o una pizza va con un buen tinto, que puede ser un Tannat, Cabernet sauvignon e inclusive un Malbec. Los blancos y rosados van muy bien con los pescados, especialmente el ceviche, porque el limón realza la acidez de estos vinos”, explica Gutiérrez. Empero, su consejo más importante es que primero se identifique la variedad que va mejor con su paladar y de ahí recién empezar a probar diferentes marcas.
La manera correcta de catar o probar el licor es simple. Primero se debe mirar el color, luego moverlo un poco en la copa para que desprenda el oxígeno, finalmente tomar un sorbo y hacer que este recorra los rincones de la boca, para que pase por todas las papilas gustativas. Como el calor de la mano puede entorpecer el sabor, lo mejor es agarrar la copa por el fuste.
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Los vinos 1750 le deben su nombre a la altura sobre el nivel del mar en la que se producen los viñedos de Uvairenda, la primera bodega comercial que se instaló en los valles cruceños hace 15 años pero que empezó a producir en 2007. Ubicada en el camino a Valle Abajo, a unos 1.100 metros de la plaza principal de Samaipata, sus sembradíos están en las laderas de una colina, algo inusual, ya que más bien se suele buscar terrenos planos.
Por las indagaciones que se hizo antes de iniciar el emprendimiento, se supo que esta región tiene una historia vinícola de más de 450 años. De ahí que se decidió recuperar ese potencial, con el objetivo de lograr un vino de altura con personalidad, que no compita con los de otras regiones, sino que simplemente muestre la diversidad que hay en Bolivia.
Javier Román-Roig, gerente de enología y vitivinicultura, asegura que las plantaciones en terrazas y la cercanía con el microclima del Parque Nacional Amboró influyen mucho en la forma de tratar las vides cada año. De ahí que Uvairenda es más bien tipo boutique de alta gama, lo que significa que se enfoca más en calidad que en cantidad. Actualmente, exporta su vino Torrontés a Europa y a América Latina, incluido Chile, considerado uno de los mayores productores del licor. De sus tintos, el Sirah y Tannat también llegan a otros países, mas no así el Cabernet Sauvignon, porque es el más pedido en Bolivia y se busca satisfacer primero el mercado nacional.
“Acá se puede hacer un vino que puede competir a nivel mundial, como ya nos ha sucedido, con buenos resultados. Por eso queremos que la gente vea el esfuerzo de los cosechadores, conozca el proceso y pruebe el vino. Solo en Bolivia hay viñedos plantados a más de mil metros sobre el nivel del mar”, dice.
En este caso, el costo del recorrido por los sembradíos y la bodega es de 35 bolivianos, con derecho a dos copas. “Más que un tema monetario, el objetivo es que más personas vayan conociendo el mundo del vino”.
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Tanto Landsuá como Uvairenda son ejemplos de que es posible impulsar una industria del vino de alta calidad en Santa Cruz. Hace seis años, cuando el enólogo chileno Roberto Aguilar llegó a trabajar a la última bodega citada, se dio cuenta de que había mucho por hacer, pero que había más ventajas que desventajas. De inmediato implementó mejoras en el campo, la bodega y en la calidad del producto.
El año pasado, el vino Tannat 1750 fue escogido para formar parte de la exclusiva colección de Soif d’ailleurs, elegida en 2016 como la mejor tienda de vinos de Francia. Aquello fue una sorpresa para los propietarios, ya que llevaron tres de sus cinco variedades y no esperaban tal resultado.
Para Aguilar, en un futuro a mediano plazo (20 o 30 años), el departamento tranquilamente puede competir con un mercado como el uruguayo o un país europeo, debido a las condiciones del terreno y las climáticas que aunque suelen ser muy húmedas en cierta época, es un tema que puede controlarse.
La otra gran apuesta es la generación de empleos. En su caso, formó un equipo especializado en viticultura, en el mismo está la ingeniera química María Eldy Contreras, una samaipateña encargada del control de calidad de los productos. En cuanto a la expansión de las hectáreas, Román-Roig explica que en los valles cruceños hay hasta seis veces más posibilidades de crecimiento respecto a Tarija, con lo cual la mesa está servida. ¡Salud!
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La Ruta del Vino, una alternativa para los turistas
- Samaipata es la puerta a los Valles Cruceños, y además de contar con sus ruinas de El Fuerte, las cascadas de Cuevas, sus serranías, paisajes y sus ríos, ahora ofrece a los turistas la “Ruta del Vino”.
- Los costos para participar de los recorridos y catar la variedad de vinos, oscilan entre 35 y 50 bolivianos.
- La Gobernación a través de “Marca Santa Cruz”, busca consolidar esta ruta como una alternativa para los turistas de todo el mundo y que se conozca que desde Samaipata se producen vinos de altura.
- El tour por los viñedos incluye degustaciones, producción de vino y el maridaje.
- Cómo llegar. Transporte diario de minibuses a una cuadra de la Av. Grigotá en dirección hacia el segundo anillo. Salidas permanentes. Costo, entre 30 y 35 Bs.
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