Rocío Lloret Céspedes
Dicen que si uno camina muy de noche por las calles de Potosí, es posible que se encuentre con un “aparecido”. El alma de un jinete. El de un esclavo negro que murió en la mina porque explotaron sus pulmones. La dama que espera al novio que nunca llegó. Dicen también que si uno excava en alguna de las arterias, es probable que encuentre un tapado con plata de la pureza más alta. Dicen que Potosí un día tuvo tanta riqueza, que fue una capital a la que gente de todo el mundo ansiaba llegar.
Hoy, en el centro de esta urbe de casi un millón de habitantes, se mantiene la imagen de la colonia. Casonas de dos pisos, con patios rodeados de habitaciones y balcones de estilos españoles. Hay conventos, que se han convertido en museos. Perros sin dueño, con un cintillo verde de vacunación en el cuello. Turistas asiáticos, europeos, ingleses. Niños que entran con uniformes deportivos rojo y blanco (el color de la bandera potosina) a la Casa de la Moneda. Gente muy abrigada, que camina en la calzada porque las aceras son muy angostas. Una que otra vendedora de frutos secos y vasijas de plata.

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Aquí el pasado y la modernidad conviven todo el tiempo. Sucede en todas partes. En el imaginario social de los potosinos, quienes recuerdan cómo de su tierra emanó tanto mineral, que pudo convertir a Bolivia en lo que hoy es Suiza. Pero también en las nuevas generaciones, que se enorgullecen de su historia y esperan –un día- capitalizar todo lo que este departamento entregó al país y –por qué no- al mundo.
Riqueza sin par

Situada al suroeste de Bolivia, esta ciudad llegó a ser una de las grandes capitales del mundo, con 165 mil habitantes en 1625. Una realidad ligada a la explotación del Cerro Rico de Potosí o Sumaj Orck’o (cerro hermoso), que desde sus 4.800 msnm, custodia a la urbe, asentada en sus faldas. El guía de turismo Beimar Mestilla, asegura que acá no hubo fundación, sino posesión de parte de los españoles, hecho que sucedió el 1 de abril de 1545.
En el cuadro la ‘Virgen del Cerro’, uno de los más famosos del museo de la Casa de la Moneda, se puede entender un poco la magnitud de la riqueza. Figuras sagradas de la religión católica, miembros del clero, de la realeza española e incas, los nobles de la civilización quechua. Todos alrededor de la Madre de Cristo, cuyo manto representa la montaña. Debajo, un círculo celeste, como representación del mundo o –mejor- el mundo a los pies de la riqueza del cerro.
Ese esplendor fue para españoles y sus descendientes o criollos, no así para indígenas o mitayos. Se dice que ocho millones de ellos murieron en 300 años.

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Basado en historiadores de la época, el guía Mestilla –de cabellos canos y ondulados- afirma que inicialmente los ibéricos llegaron a Porco, a 45 kilómetros de Potosí. Pero cuando el quechua Diego Huallpa descubrió el cerro, un volcán que tiene una data de 70 millones de años, la noticia se esparció como pólvora.
“A la llegada del virrey Francisco de Toledo, en 1572, comienza la construcción de las lagunas que están en la ribera del Kari Kari, que alimentan y dan agua a todos los ingenios mineros. En esa época, hubo 132 ingenios mineros, donde se procesaba la plata”, explica.
Conoce Ichuni, uno de los ingenios mineros, que ahora se ha convertido en una escuela de platería.
Con la llegada de la Independencia, el 10 de noviembre de 1810, la situación no varió mucho para quienes exponían su vida dentro de las minas. En realidad, con el paso de los siglos, cambiaban los patrones; no las condiciones laborales.
Quizá el golpe más fuerte se dio en 1985, cuando el entonces presidente Víctor Paz Estenssoro, aplicó la “relocalización”, como una de las medidas económicas para frenar una hiperinflación que azotaba al país.
La cotización de minerales en el mercado mundial había caído. Mineras estatales fueron cerradas para convertirse en cooperativas; entonces solo quedaba indemnizar a los obreros, para que dejen sus fuentes de trabajo.
Pastor Alcoba, guía certificado, cuenta que muchos de ellos recibieron viviendas y una bonificación de mil dólares por año; un monto tentador por donde se lo viera. En poco tiempo, sin embargo, el dinero se esfumó y muchos perdieron el empleo y los ahorros.
La mirada constante

Mucha gente emigró como consecuencia de la crisis. La minería era (y es) la principal actividad del departamento, por lo que el precio internacional del zinc, plata, plomo y estaño –los principales metales de exportación- juegan un papel determinante en su economía.
Una nota de prensa del PNUD (Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidas para el Desarrollo) sobre demografía, da cuenta que Potosí perdió más del 95 % de su población en 200 años. Recién en 2012, el Censo mostró un cambio de esa dinámica, ya que, por primera vez en su historia, la cifra sobrepasó la alcanzada en 1625, con 189.652 habitantes. Actualmente se acercan al millón.
Hoy, desde la carretera que une a esta ciudad con Sucre, se observa hileras de casas de ladrillo de dos pisos. Edificios, negocios automotrices, hoteles, hostales, alojamientos. En las calles aledañas a los mercados, hay tiendas de electrodomésticos, ropa deportiva de marca y locales de comida tradicional, como la k’ala purka.
La modernidad convive con el pasado. Como los vehículos del año, de doble tracción, que deben subir estrechas aceras, porque si no es imposible que puedan virar. O micros que esperan en subida a que otros vehículos pequeños bajen, para que puedan ascender hacia otra vía.
Pero si bien muchas cosas cambiaron para bien en los últimos años, mejorar la calidad de vida de los potosinos sigue siendo un objetivo a largo plazo. En 2016, según el INE (Instituto Nacional de Estadística), el Producto Interno Bruto (PIB) llegó a 2.096 millones de dólares; el quinto lugar de Bolivia, detrás de Santa Cruz, La Paz, Cochabamba y Tarija, en ese orden.
Por eso ahora la esperanza está puesta en el litio. El Salar de Uyuni contiene enormes reservas, que se usan en la fabricación de baterías. “Y nosotros no queremos regalías, queremos administrar nuestros recursos”, dice un taxista que recorre el tramo de la nueva terminal al centro.
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El otro patrimonio

Es posible que pocos bolivianos conozcan la historia de su región, como lo hacen los potosinos. Desde muy pequeños, los niños visitan su Casa de la Moneda, donde se llegó a acuñar piezas tan valiosas y universales como lo es hoy el dólar americano. Los centros donde estudian son monumentos que albergaron a grandes hombres, o fueron administrados por religiosos.
Si uno recorre las arterias del centro con alguien del lugar, rápidamente sabrá que está pasando por el colegio Pichincha, por ejemplo, uno de los tres primeros establecimientos públicos de América Latina, fundado en 1826 por el entonces presidente Antonio José de Sucre.
Y más allá de eso está la riqueza culinaria, la cultural, aquella que se heredó de la época colonial y que hoy tiene un sello propio. “Que no le digan otra cosa: la salteña es potosina y hay cómo demostrarlo”, “Potosí fue en su momento el sostén económico de este país”, “Ese cerro dio tanta plata que dicen que alcanzaba para construir un puente desde aquí hasta Madrid”.
Frases como esas se escuchan con frecuencia. Gente amable, que siempre tiene una leyenda, mito o cuento con el que amenizar una conversación. Pero en medio de ese orgullo también surgen las necesidades. Un hospital para atender casos de cáncer, porque actualmente los pacientes deben hacerse atender en Cochabamba o en La Paz. “Solo en mi oficina hubo dos bajas; la incidencia es alta”, dice una periodista local.
Esa otra cara todavía es latente y se ve en los alrededores del Cerro Rico, donde operan las cooperativas mineras. Desde las alturas, enfrente se ven las casas “gemelas” que se entregaron en la década de los 80 como parte de las compensaciones a los trabajadores, durante la “relocalización”. Mientras, en las planicies o ingresos a las minas, hay cuartos de adobe en cuyas puertas, perros extremadamente flacos juegan con niños de ropas raídas y cabellos llenos de tierra.
Interior mina, un tour por las entrañas del Cerro Rico
El otro destino

Aprovechar de la mejor manera los vestigios que dejó la colonia, los secretos gastronómicos y recorridos extremos como visitar el interior de una mina; por ahí va la apuesta de habitantes de comunidades potosinas y del municipio de la capital sureña. “Hay tanto por mostrar”, dice Beimar.
En ese afán, se ha iniciado procesos para que haciendas como Mondragón, cuna de una oscura leyenda de amor y odio, se conviertan en parte de rutas turísticas. Como esa, muchas otras quedaron como vestigios de casonas de decenas de habitaciones, donde –se dice- los españoles llevaban a sus familias a vivir, para que sus hijos sobrevivieran, ya que la altura y el frío de Potosí les provocaban males mortales.

También hay balnearios de aguas termales y lugares emblemáticos como el Ojo del Inca, donde además de disfrutar de un panorama de postal, es posible curar algunos males.
Por donde se lo vea, el departamento siempre tendrá una riqueza que explotar y eso hace que valga más que un Potosí.
https://www.soybolivia.bo/san-cristobal-el-pueblo-que-se-traslado-para-disfrutar-su-riqueza/